MES ESPECIAL

LA PALABRA EN TRANSPARENCIA NO REFLEJA OSCURIDAD

sábado, 31 de agosto de 2013

AMAR O NO AMAR: ESA ES LA CUESTIÓN



Hay una leyenda indígena que dice que desde tiempos inmemoriales, antes de que el hombre y la mujer habitaran la tierra, en medio de la oscuridad profunda del universo, surgieron dos lucecitas, pequeñitas-pequeñitas, que saltaban solitarias por el mundo, cada una por su lado. Cierto día se avistaron, a lo lejos, y sus luces que eran propias, destellaron mil colores, y la oscuridad inmensa tan enorme iluminaron, y en el firmamento colgaditas se quedaron.
En esta oportunidad, abordaremos nuestro encuentro educativo con un tema del cantautor panameño Rubén Blades, titulado "Sebastián", presentado y grabado en vivo en un concierto en Lima-Perú en el año 2009.Sea esta época propicia para escribir sobre las emociones que sentimos y vivimos los seres humanos y lo que nos depara el infinito que nos circunda.
Podcast "Sebastián"voz Rubén Blades

LETRA “SEBASTIAN”
(Rubén Blades)
En cada barrio hay, por lo menos, un loco.
el del nuestro se llamaba "Sebastián".
lavaba carros y hacía de todo un poco,
para ganarse el pan.
"Sebastián" tenía una novia imaginaria,
y con ella discutía sin cesar.
Se ataba al cuello una capa hecha de trapos
y corriendo por las calles lo escuchábamos gritar:
"Sebastián, si me quieres conquistar,
sólo las estrellas bastarán;
sólo las estrellas bastarán".

En cada loco hay, por lo menos, un sueño.
ser amado era el ideal de "Sebastián"
con papel, lata, cartón y mucho empeño
comenzó su plan.
Por amor alucinando, implacable,
fue creando la más grande súper nave espacial,
para irse con su novia,
"de nuestro barrio de mierda hacia el mundo sideral".

En cada sueño hay, por lo menos, un drama,
y entre angustias se enredaba "Sebastián".
Una noche, cuando con el cielo hablaba,
sobre el horizonte vio una luz cruzar.
Feliz gritó, - "espérame" -
Y lo vi correr lanzándose en el mar,
tratando aquel destello recobrar,
porque "Sólo las estrellas bastarán;
sólo las estrellas bastarán!"

Sobre la arena sucia de la playa del mercado
hay una vaina que parece un proyectil.
De sus alas cuelga una capa de trapos;
de su sombra, una soledad sin fin.
Su novia imaginaria aún lo espera.
En las noches hace guardia, frente al mar.
Nadie la conquistará.
A ninguna otra ilusión se entregará,
fiel al loco que le dio la Eternidad,
porque sólo las estrellas bastarán.
Sólo las estrellas bastarán:
Sólo las estrellas bastarán!

EN ESTE ESPACIO SÓLO COMENTAN LOS ESTUDIANTES DE 9° 01-02-03

domingo, 26 de mayo de 2013

¿EL DILEMA DE LA APARIENCIA O LA PIEL QUE TE VISTE?

Hoy con los avances de la ciencia y la tecnología aplicadas a los conceptos de cuerpo, cara, figura y estética, las miradas con las que leemos el mundo comienzan a afrontar diversas formas de observación desde la óptica de las mujeres y los hombres, sean éstos adultos, niños o ancianos. Valorar lo bello o lo feo requiere no sólo de la visión individual desde la particularidad de cada ser humano, sino que en consonancia necesita de la colectividad ejercida desde los otros seres que influenciados por tendencias, modas o desarrollos culturales pueden definir y decidir sobre la visión que tenemos de nuestros semejantes. En esta oportunidad les invito a reflexionar por medio de la lectura de un cuento del escritor uruguayo Mario Benedetti.

LA NOCHE DE LOS FEOS
(CUENTO DE MARIO BENEDETTI)


Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso.No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

FIN